viernes, mayo 27, 2005

 

Cuento del Astrónomo y el ahorcado - Mario G. Roccatagliata

Apasionado estudioso de la mecánica celeste, Guido Gerónimo Cavalchini, teniente alcaide del castillo de Borlasca, leía con avidez la Astronomía Nova, recién publicada por Johannes Kepler, al mismo tiempo que oía y quizás, por momentos, hasta escuchaba, al condenado a muerte Franco D'Urbino.
Hasta tres peticiones toleraba la ley lombarda a quienes iban a ser ajusticiados, y Franco D'Urbino las estaba presentando.
-Señor -decía-, me sé flojo. Sé también que, en el cadalso, el miedo me impondrá conductas indignas. Pido, por eso, que mi sentencia no se cumpla mientras el sol ilumine la plaza de Borlasca y la inclemente claridad del día se complazca en difundir los desarreglos de mi cobardía.
-Concedido -respondió el teniente alcaide sin interrumpir la lectura de un párrafo.
-Señor -continuó el condenado-, las noches de Borlasca tienen una dulzura indecible que ha inspirado delicadas canciones a los poetas y serenas reflexiones a los pensadores. El exquisito Gianfancesco de Verona y Mateo Fortunato Roncagna, llamado el Sapiente, coinciden en alabarlas como obras perfectas del Creador. Y yo, que pronto deberé presentarme ante Él, quisiera no hacerlo mientras mi cuerpo, colgado de una soga, deshonra una de sus obras maestras. Pido, por eso, que mi sentencia no se cumpla mientras el terso manto de la noche cobije la paz de Borlasca.
-Concedido -respondió rápidamente Guido Gerónimo Cavalchini.
-Señor -prosiguió Franco D'Urbino-, el bondadoso rabí Moisés ben Maimón, que el mundo conoce como Maimónedes, enseñaba en Córdoba la Vieja que la vida humana sería imposible sin el piadoso olvido, tenaz limador de los pesares más duros. Pero tampoco sería posible la vida de los hombres sin el aliento de la perseverante esperanza. Fray Doménico Seraglia conjetura que los pecadores arrojados al infierno resisten los más atroces tormentos sólo porque en el fondo de sus corazones culpables anida la esperanza de que algún día serán redimidos por la clemencia infinita de Dios. Y bien: soy culpable y es justa mi muerte. ¿Pero no sería un ensañamiento cercano a la sevicia disponer que pierda la vida cuando la aurora promete la ventura de un nuevo día o cuando el lento ocaso anticipa el prodigioso bien del sueño? La ley debe ser justa, no cruel. Pido por eso que mi sentencia no se cumpla mientras el promisorio amanecer enlace la noche con el día ni cuando el lánguido crepúsculo enlace el día con la noche.
Guido Gerónimo Cavalchini miró por un instante al condenado, por tercera vez le dijo "Concedido", y tras ordenar con un gesto que se retirara, volvió a su lectura.
Franco D'Urbino fue ahorcado en la plaza de Borlasca tres días después, a las cuatro y veintiséis minutos de la tarde, durante el eclipse de sol del 5 de agosto de 1609.

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